sábado, 17 de abril de 2010

Castigo del cuerpo

Tukita… dale plomo a esa jeva… no la dejes pasal…

Así le dijo el otro día el Luis a su compinche el cesa. La pareja de malhechores era una mardición hebrea para sus respectivas progenitoras, funcionarias publicas de mediano rango y antiguas compinches de parrandas en tascas y discotecas como el sarao… nadie les quitó lo bailao… hasta que sus hijos se juntaron para lo bueno y para lo malo, según ellas: ser malandros y homosexuales al mismo tiempo.
Como diría la malediciente amiga de ambas, entregada al moralismo y al estudio profundo y desarrollo de su intelecto, que les recordó una vez, durante la conversa posterior a una rumba, que la lengua era el castigo del cuerpo, y pronosticó, cual monja zen, que lo peor que podía pasarles a ambas era que los muchachitos salieran así: malandros y homosexuales.
La malediciente, resentida porque no la invitaron a rumbear cuando, despechada, por fin quiso ir de parranda, se los dijo sin tapujos, con un verbo de calle que nadie le conocía…
La malediciente, como le decían las dos comadres, todas amigas desde la infancia, se cansó de repetirles, cuando los muchachos estaban chiquitos, que dejaran de enviar “mensajes negativos” cargados de ironía y humor porque los chamos no distinguen el sarcasmo y terminan por tomar en serio lo que sus padres dicen en las “conversaciones de adultos”.
Las amigas la ignoraban: pacata, brejetera, le decían a la malediciente. Los alcahueteas… tú debes ser parga como mínimo mana… ay dios qué asco…
Y la excluían de las rumbas a pesar de que su despecho era del tamaño de una catedral y necesitaba con urgencia una noche de rumba, de baile sin pensar, de alcohol evaporado en el sudor de los pasos frenéticos de la salsa brava, erótica, merengue…¡lo que fuera mana!!!
Los dos chiquitos eran unas esponjas.
Preciosos, Saltarines, sanos, inteligentes… claros como el agua, ya desde su pubertad dieron muestra de lo que eran: gays descarados, pero malandros, como sus madres siempre manifestaron que los preferían.
Siempre pensaban en tener negocios juntos. “un taller de motos chamo, eso si nos pone a gana rial…” decía el Luís.
El Cesa, no menos tímido, decía que el fuerte tenía que ser los frenos y los cauchos… y pensaba ya en la expansión del negocio hacia una cauchera completa, especial con todos los hierros para poner las motos a punto.
Nada les gustaba más que andar en “dos ruedas”.
Desde chiquitos, cuando aprendieron a manejar bicicleta, se fortaleció la afinidad entre los dos chamos. De allí pasaron a las motos y desde las motos soñaban con montar la venta de repuestos y el taller “con cauchera incluida, hasta las 12 de la noche”.
Pero las madres, otra vez distraídas en la rumba de los viernes, no vieron, o no quisieron ver, cómo los dos chamos se convertían en sus pesadillas…
A los 12 años, cuando se dieron el primer beso y les gustó, los chamos quedaron impactados, entre alegres y enrollados: se querían más que nunca pero “no podía ser”.
Fue entonces que se atravesó el demonio: un sujeto, que los veía muy eficaces en eso de esconderse, les pidió que le transportaran una bolsita de papel en bicicleta hasta la casa de cierto vecino de la zona.
La cosa se volvió costumbre y los chamos recibían más plata.
Luego le dieron un hierro a cada uno “pa’ defendese”
Más tarde, los ayudaron a comprarse la moto. Así lo negociaron. Nada es fácil. Hay que ganárselo sin darle poder a quien te financia, decían. No eran tontos.
Así estuvieron “de mensajeros del mal”, pero con las mejores notas en el liceo…
Los mas machos de todos, pero siempre juntos y sin una jeva “que los represente”
Eran superlativos
Sus madres, otra vez advertidas por la malediciente, alegaron que en realidad sus hijos eran vivos y machos. Unos hombrecitos pues…
Mejor malandros que parchas, volvían a recalcar… y los muchachos palidecían…
Una rabia iba creciendo en su interior.
Así fue hasta aquella tarde.
El Luis y el cesa salieron con sus hierros a zamparle un plomazo al que se interfiriera “en su labor del día”.
Y le zamparon plomo a una tomba, que los detuvo y les cantó la larga cháchara del uso del casco y mangas largas para conducir sus motos por carreteras…
Esos plomazos se los cobraron caro a los muchachos…En el albergue de menores la pasaron mal, pero las madres sufrieron más: revisiones exhaustivas, sus cargos públicos, las noches de rumba, sus maridos, y lo peor: ver cómo sus hijos, amargados por el encierro, languidecían entre broncas y motines. Para colmo, salieron del closet con toda la furia que da el encierro, el resentimiento y la furia del “vivo y macho” cuando, fuera del juego, comprende que la verdad de su interior vale más que la cara de satisfacción de su madre ante sus “fechorías” de varoncito recio